El Poeta... (2'015)
El Poeta...
Ella leía sus cartas, las cartas del poeta.
Suspiraba y suspiraba con pasión.
Aquellas letras románticas le impregnaban el corazón.
Cada verso, cada palabra la flechaba.
Pero había un problema.
Ella era casada.
Estaba casada con un hombre frío.
Frío como el hielo. Helado como Plutón.
Plutón explotó por su frialdad.
El poeta la llenaba. Llenaba su ser.
Le hacía el amor con las palabras.
Las cartas iban con un chocolate de ñapa.
Y entonces él le decía:
“Este dulce chocolate es para que sientas lo dulce que soy.
Cuando lo comas, imagina que me muerdes los labios.
Al masticarlo, piensa que me besas.
Ahí estoy yo, en el chocolate.
El chocolate que acelera tu corazón.” A veces las cartas llegaban con un bocadillo y queso.
Y decía: “Bocadillo con queso soy.
Porque a veces soy dulce y un poco salado.
Pero cuando lo combinas. Mantienes el equilibrio.
El equilibrio y neutralidad de mi amor por ti.
Disfruta este bocadillo con queso. Que mañana iré yo en persona.
En persona para que saborees mi ser.
Éste apenas es el aperitivo.
Espérame y prepárate.
Porque lo que viene será sofocante.” Así fue, y fue él, el poeta al sitio.
Ella estaba preparada. El marido estaba de viaje.
El marido desabrido y sin gracia.
Parecía que a cada momento estuviera comiendo limón.
Pobre amargado no tenía vida. Pobre ácido era aquel tipejo.
Pero bueno, llegó el poeta para saciarla.
En la mesa había vino de uvas.
De todas las uvas.
Manjares por aquí y por allá.
Rosas por doquier.
Y pasó el poeta a decir: “Disfrutemos esto amor mío.
Disfrutemos porque el cabrón está de viaje.
Desquítate esta noche todas las traiciones de aquél.
Porque lo he visto salir de bares.
De cantinas con mujeres pervertidas.” Comieron, bebieron y demás.
Ella estaba siendo feliz con su poeta. Con aquel bohemio cual la dejase preñada.
Porque aquel marido de ella era estéril. Su esposo era un comerciante adinerado.
El dinero era su segunda esposa.
De repente, cuando el poeta echaba uno de los tantos.
Aparece el bárbaro chabacano del marido.
Indignado y observando a su mujer como cogía.
Su mujer que ponía la mejor de las posturas.
Posturas que a él nunca le puso. Porque la verdad no lo merece.
Entonces sacó un arma y disparó al poeta.
Una bala atravesó el corazón del bohemio.
Y cayó desnudo el mejor de los poetas de su tiempo.
Luego, el atarván creyó que era el único.
El único de su esposa.
Sí, como no mentecato dictador del hogar. No resistió aquella traición y se pegó un tiro en los sentidos.
Pero, el poeta dejó la mejor de sus poesías en el interior de aquella mujer.
El Escribidor de La Loma del Diamante...
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